Hugo G. Kolunga
Finalmente regresó. La ciudad estaba a oscuras y hacía demasiado frío. Horacio se levantó el cuello del abrigo que acababa de conseguirse y tiritó sin poder controlarlo.
"Claro", se dijo, "vengo de otro clima. Esto ya no es para mí."
Se detuvo frente a la puerta de su casa, antes de llamar recordó todos los momentos felices vividos junto a la mujer que venía a ver. Golpeó un par de veces y la puerta se abrió desde el interior dejando ver la silueta de su esposa.
-Qué querés -preguntó ella secamente.-Hola -dijo él vacilante, luego agregó: -¿Puedo entrar? Hace frío acá afuera.La mujer lo hizo pasar y le preparó algo caliente para tomar, después de unos minutos se sentó del otro lado de la mesa, enfrentándolo. Lo miró a los ojos con expresión imperturbable. Él bajó la vista y habló: -Supongo que querés una explicación.-No te la pedí ni la quiero -dijo la mujer con impostada firmeza mientras en los ojos se le agolpaban lágrimas que pugnaban por salir y que ella se empecinaba en contener.
Cuando ya se le hacía imposible evitar el llanto, se levantó y corrió a su cuarto. No podía seguir tolerando esa forma de vivir. Ella lo había amado, lo seguía amando, pero perdonar nunca había sido su costumbre. Sin embargo, a él lo había perdonado demasiadas veces. Al fin tomó una decisión.
El seguía a la mesa cuando escuchó los decididos pasos de la mujer que se le acercaba ciega de rencor. Levantó la vista y tuvo tiempo de verla apuntándole con la vieja escopeta que él había adquirido con la intención, nunca llevada a cabo, de iniciarse en la caza deportiva. Vio un fogonazo, oyó el estrépito del arma, y descendió a los infiernos.
* * *
Horacio nunca le había prestado mucha atención a la religión, es más, jamás había sospechado que sus acciones hubiesen sido tan reprobables como para que fueran consideradas pecados mortales que lo llevarían sin escalas al infierno, sin detenerse siquiera un tiempito en el purgatorio. De todos modos, no la pasó nada mal allá. Apenas arribó se dio cuenta de que "el horno" y "las tinieblas" sólo son expresiones climáticas del tipo "lo que mata es la humedad". La primera se refiere a la temperatura imperante en el infierno. Hace calor, sí; pero no se trata de ese fuego que arde eternamente como Joyce describe tan magistralmente en Un retrato del artista... Y las tinieblas no son tales, simplemente el infierno es un lugar mal iluminado.
Conoció gente muy interesante ahí. En varias ocasiones compartió la mesa con Hendrix y Lennon, quienes intentaron sin éxito impartirle algunas lecciones de guitarra. También asistió a algunos seminarios de estrategia militar dictados conjuntamente por Napoleón y Wellington, que se habían vuelto grandes amigos a pesar de Waterloo. Otras veces jugaba al fútbol para Labruna y otros jugadores de la gloriosa Máquina, contra un equipo de brasileros, entre los que se encontraban algunos de los que habían perdido la final del '50 ante Uruguay. Horacio jugaba de puntero derecho, pero era tan malo que sus compañeros, y a veces el mismísimo Angelito, imploraban a gritos por la muerte del Loco Houseman. Y así mataba el tiempo, alternando constantemente con todo tipo de gente, pues en el infierno no está permitido dormir (prohibición ridícula por otro lado, ya que a nadie le da sueño ahí).
Cierta vez, mientras tomaba unos tragos con Bonavena y Jim Morrison, por los altoparlantes del infierno anunciaron la muerte de Cortázar. Esto le provocó una gran alegría, estaba seguro de que el autor de Rayuela, como casi todos los artistas, iría a parar por esos lados. Horacio se disculpó y se marchó apresurado, la perspectiva de conocer personalmente a Cortázar lo había entusiasmado. Fue a lo de Charlie Parker y le dio la buena nueva. Bird había oído por ahí que este escritor argentino amaba profundamente el Jazz y que incluso había hecho un cuento que homenajeaba a su persona. Sin pensarlo dos veces, el negro saxofonista tomó su instrumento y siguió a Horacio hasta la oficina de ingresos. Ambos querían brindarle al celebrado cronopio una calurosa bienvenida, pero cuando llegaron ya era tarde.
-Hace cinco minutitos que se fue con Hemingway -les informó la recepcionista.
De todas formas, Charlie ejecutó un inolvidable solo de saxo y al rato se despidieron y quedaron en encontrarse en cualquier momento para fumar marihuana. Cuando Horacio regresaba cabizbajo a la morada que tenía asignada se cruzó con un joven de rasgos aindiados.
-Qué tal -lo saludó el muchacho.-Qué tal -respondió él automáticamente antes de girar asombrado y estudiar al joven con una mirada de extrañeza-. Pero... ¿Vos no sos Ceferino Namuncurá?-Sí -le contestó Ceferino con singular alegría de haber sido reconocido por alguien.-¿Qué hacés vos acá?-Y... la burocracia -dijo Ceferino con resignación-. Se transpapelaron unos memorandums y terminé en este lugar de condenados. Pero afortunadamente, tras largos años de espera, ya está todo aclarado. Si Bonavena no me informó mal, en un mes me transfieren al paraíso.-¿Bonavena? ¿El boxeador? -se sorprendió Horacio.-Sí, ese.-¿Qué tiene que ver con tu traspaso al paraíso? Es más, no tenía la menor idea de que eso fuera posible.-Sí, se puede, lo que sucede es que toma su buen tiempo. Mi caso no es el único, lo mismo le ocurrió a Maximiliano Kolbe, por ejemplo, e incluso a muchísimos pontífices, aunque a la mayoría de ellos les rebotaron el pedido de traspaso. Se ve que no siempre se trata de un error burocrático.-Está bien, de acuerdo, pero, ¿qué tiene que ver Bonavena con todo esto? -Horacio quería saber a toda costa qué papel jugaba el malogrado púgil en la maquinaria del infierno.-Ah, -dijo Ceferino, que siempre hablaba amable pero monótonamente- él es uno de los secretarios de Lucifer.
Más tarde, cuando se reencontró con Bonavena le reprochó que no le hubiera confiado la jerarquía que ocupaba.
-Es que no me gusta hacer alarde -se disculpó el boxeador-, ya viste cómo me fue por fanfarrón allá en la tierra.-Pero igual me lo tendrías que haber dicho, Ringo.-¿Para qué? ¿Cuál es la diferencia? ¿Acaso no podemos ser amigos lo mismo?-Sí, claro que somos amigos -afirmó Horacio-, justamente por eso me lo tendrías que haber contado. Si sos secretario de Mandinga....-Lucifer -lo interrumpió Bonavena, ahora en su rol de secretario-. Más respeto por el jefe, eh.-Dejate de joder, che. Quiero decir que si sos secretario del coso éste debés tener palanca.
Bonavena lo miró frunciendo el ceño.
-¿Qué te traés entre manos, vos? -le preguntó.-Y.... yo diría.... esteeee.....-Dale, andá al grano -se impacientó el secretario de Lucifer-. Está bien que acá tenemos todo el tiempo del mundo pero no me la voy a pasar esperando a que vos hablés. Dale, decí, te juro que voy a hacer todo lo posible por conseguir lo que querés.-¿No habría.... digo, no.... alguna posibilidad de volver a la tierra? -dijo Horacio finalmente.-Y...., como haber, hay. Pero, ¿para qué querés volver si se está bárbaro acá? Joda, vicios, mujeres, te hacés amigo de gente que allá en la tierra nunca te hubiera dado bola. ¿O acaso te pensás que el Lennon ése te hubiera invitado a comer allá?-Sí, ya sé que acá la pasamos bárbaro, pero querés que te diga la verdad, yo extraño a mi negra.
Horacio agachó la cabeza y sintió la pesada pero amigable mano de Bonavena sobre su hombro.
-Mirá, Horacito -le dijo-, vos sabés que yo te aprecio, creo que no hace falta que te lo diga, pero, ¿no me dijiste vos que había sido ella la que te mató?-Sí -admitió él haciendo los mismos gestos que un chico cuando es descubierto en falta por un mayor-, pero tenía razón. Yo siempre me porté mal con ella. Y mirá que aguantó cada una, pobrecita. Pero lo que no pudo tolerar fue cuando se enteró que me acostaba con su mejor amiga, la Estercita. Espero que a ella no la haya matado.-No creo -señaló Ringo-, si no ya la hubieras visto por acá.-Ahí tenés razón -coincidió Horacio-, pero la cuestión acá es que yo a mi negra la extraño, y tengo ganas de verla. ¿No podés hablar con tu jefe?-No va a haber ningún inconveniente, hoy mismo puedo arreglar todo, pero -aquí el tono de voz del secretario de Lucifer se volvió más serio- debo advertirte que los tipos que conocí que volvieron a la tierra, al tiempo estaban de nuevo por acá.-No importa -se entusiasmó Horacio-, con tal de verla aunque sea por un ratito....-Además vuelven cambiados -le informó Bonavena-; ya no salen de joda, se vuelven aburridos, taciturnos, solitarios.-¿Vos te creés que yo puedo llegar a volverme aburrido? No, Ringo, para nada. Es más, creo que después de ver a mi negra aunque más no sea por un ratito, voy a volver con más entusiasmo que nunca.-¿Entonces estás decidido?-Sí, metele nomás -dijo Horacio ya más distendido con la posibilidad de poder ver otra vez a su esposa.Veinticuatro horas después, Horacio se estaba despidiendo de los numerosos conocidos que se habían acercado a desearle buena suerte, y un rato más tarde emprendió el ansiado retorno.
* * *
Finalmente regresó. La ciudad estaba a oscuras y hacía demasiado frío. Horacio se levantó el cuello del abrigo que acababa de conseguirse y tiritó sin poder controlarlo.
"Claro", se dijo, "vengo de otro clima. Esto ya no es para mí."
sábado, 30 de agosto de 2008
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1 comentario:
Ufff... que fuerte, lindo cuento Faqu (: .
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